Tiempo y espacio en la literatura

Hay características comunes que podemos reconocer en obras literarias aunque estas daten de distintas épocas, sean producidas por distintas escuelas y corrientes, o procedan de autores de distintas culturas, extracción social, género, etc. Estas características se recogen bajo el término “lo antropológico-literario”, que alude a los elementos subyacentes y el imaginario común en la literatura como producto humano. G.Durand los desarrolla y clasifica, estableciendo una “Estructura de lo Imaginario” que consta de tres aspectos principales:

1-Diurno o postural: incluye los mitos dinámicos y de ascensión y caída

2-Nocturno o digestivo: caos, la noche (anula el espacio), la eternidad infinita, la aniquilación, la muerte

3-Copulativo o amoroso: eros, fecundación, abolición del tiempo a través del gozo.

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Indiscutiblemente, tiempo y espacio tienen preponderancia en todas ellas. M.Bajtin desarrolló el término “Cronotopo” al considerar que tiempo y espacio se hallan intrincadamente unidos: la correlación esencial que se da entre las relaciones espaciales y temporales en la obra literaria en general y la narrativa en particular. El ser humano es consciente de que está sujeto a ambos aspectos, que su existencia es finita; por tanto su narración está sujeta a estas coordenadas de forma insoslayable. Puede afirmarse que el verdadero protagonista de toda novela es el tiempo y que todo se reduce a coordenadas espacio-temporales. El tiempo queda reflejado como transcurso siempre irreversible, aunque se enfatice su carácter lineal o se le de un matiz circular -mito del eterno retorno-. De igual forma, puede enfocarse desde dos perspectivas principales, viajando en dos direcciones opuestas: retrospectiva y proyectiva o progresiva. Podemos reconocer la retrospectiva en aquellas novelas en que la infancia cobra protagonismo como época de inocencia que nos redime, regeneradora de las culpas de etapas posteriores, la patria del hombre, el origen. En la mayor parte de los casos, la infancia es vista con melancolía nostálgica, mitificada. La visión proyectiva o progresiva trata fundamentalmente la temática de la muerte y las escatologías (o visiones del más allá), en ocasiones mediante la exaltación del instante presente, como ocurre en los poemas con la temática del carpe diem, Eros venciendo a Tanatos, ponderación de la belleza efímera, invitación al goce epicúreo de los sentidos en contraposición a un futuro de decadencia.

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De forma secundaria y supeditada a lo espacio-temporal, existen ciertas imágenes subyacentes que son recurrentes en la producción literaria a lo largo de los tiempos, a las que se les ha venido dando la misma significación a lo largo del tiempo, cuya simbología fue ampliamente estudiada por C.G.Jung. Algunas establecen un binomio como convexidad -lo masculino, lo agresivo, lo externo, lo dinámico- y concavidad -lo tradicionalmente asignado como femenino: la protección maternal a través de objetos como la bóveda celeste, la bóveda de un templo, la almendra mística, el cáliz; todos símbolos de la matriz-, la luz y la oscuridad, etc. Pero siempre subordinadas a los dos mayores condicionantes de la vida humana: tiempo y espacio. En palabras de M.A. Vázquez Medel (“Del escenario espacial al emplazamiento”): “Entrar en la reflexión del espacio como un simple “decorado” (aunque sea -y ya es mucho- un “decorado mítico”) es una torpeza. El espacio es un constituyente de la ex-sistencia para los seres materiales. Ex-sistimos en el espacio. El ex- marca el punto cero, la in-ex-sistencia. Toda sistencia (toda consistencia, asistencia, resistencia, persistencia, insistencia, desistimiento) se da en el espacio. O el espacio es, básicamente , un en. Y nosotros -que no paramos de discurrir- somos, fundamentalmente discursos en tránsito (¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?).”