En estos tiempos de avances tecnológicos diarios, cada día se crean nuevas aplicaciones que facilitan la vida diaria de las personas con acceso a tales avances. Últimamente he escuchado en la radio los detalles de las mejoras realizadas en Google Translator, gracias a las cuales van a poder traducirse fragmentos orales de conversaciones en el momento. Sin embargo, esta aplicación tiene sus limitaciones, al estar fundamentada en un sistema literal de traducción, que seguramente dará lugar a no pocas hilarantes situaciones que pueden traernos del recuerdo aquel memorable discurso de Kennedy en Alemania en el que declaraba ser un donut (Ich bin ein Berliner, en lugar de Ich bin Berliner que sería “soy Berlinés”).
El caso es que en la traducción no sólo prevalece la lingüística, sino que estamos ante una tarea interdisciplinar. Y si se pueden cometer cómicos errores debido a las diferencias lingüísticas como el anteriormente mencionado, las faltas de exactitud debidas al exceso de literalidad, pueden ser aún mayores, pese a que pueda resultar paradójico. El texto está inserto en una red de signos culturales de las lenguas fuente y término, por lo que la fidelidad al sentido del texto no es igual a la equivalencia entre palabras o textos, sino que al funcionar el texto dentro de una cultura, se debe conseguir que el impacto del texto en la lengua término sea igual que el texto original en la lengua fuente.
Como opinaba Douglas Robinson, la traducción es un proceso intuitivo; “sense is not cognition but sensation”. Y eso no lo conseguirá jamás una aplicación.