La dificultad de la traducción literaria radica en el hecho de que la forma del texto está fuertemente arraigada en la cultura, en este caso de la lengua fuente. El traductor es el encargado de reproducir no sólo el sentido de dicho texto, sino también su forma, dentro de lo posible, en la lengua término. Esto es importante en cualquier texto literario y crucial si hablamos de poesía. La traducción literaria está orientada hacia el producto final, el texto término, al reproducir el valor del texto original, mientras que una traducción que se basase más en el texto original, resultando más fiel a la forma que al sentido, sería más útil como orientación y base ilustrativa del proceso de la traducción.
En circunstancias ideales, un traductor debería sentir un gran respeto por el autor cuya obra se encuentra a punto de traducir, una afinidad especial con su obra, así como una profunda comprensión de la misma. De esta forma, el traductor lleva a cabo su labor interdisciplinar, conjugando diferentes destrezas:
– lingüísticas, por su puesto, pues su dominio de la lengua origen y la lengua término es la piedra angular de una buena traducción,
– estéticas, pues debe ser capaz de reproducir la fuerza y el valor inherentes al texto origen en su versión en la lengua término, junto con el sentido implícito y explícito,
– temporales, puesto que al enfrentarse a un texto escrito hace tiempo, éste requiere un tratamiento, por fuerza, diferente,
– culturales, para ser consciente de que existen fenómenos paralelos en dos culturas que, sin embargo, se describen con palabras diferentes.